Encuentra tu media hora para un sueño

“Tengo un terrible déficit de tiempo” quedará en el pasado si te comprometes a levantarte más temprano para dedicar esos minutos extra a tu trabajo de escritura.
Durante días has vuelto una y otra vez sobre la idea de poner un cronómetro por media hora y sentarte a escribir. El lapso parece minúsculo y puede robársele fácilmente a cualquier actividad. De pronto, ante la posibilidad de sentarte al fin a hacer lo que siempre has querido, aparecen mil dudas. ¿Media hora diaria es suficiente para crear una obra de largo aliento? Definitivamente, no. Treinta minutos diarios es la jornada mínima para iniciar una rutina cotidiana de escritura que poco a poco comenzará a formar parte de una manera de ir por la vida. Suena sencillo; “sacar el tiempo” requiere un ejercicio de voluntad y perseverancia.
Para ponernos de acuerdo sobre los términos de este compromiso con nosotros mismos, hay que asumir primero que los resultados de ese pequeño ejercicio de disciplina diaria son personalmente significativos. Esos treinta minutos diarios son parte de un plan mayor para alcanzar un sueño. Hay que convencerse ahora de que no es admisible dejar ir los sueños, si no quiere uno llegar a un momento en que mire hacia atrás y vea años perdidos en lugar de camino andado. Los sueños deben convertirse en pasión, y ésta debe guiar el día a día. La otra opción es una vida anodina, gobernada por prioridades ajenas; en una palabra, conformismo.
Parece absurdo que una decisión tan minúscula como apartar media hora diaria para uno mismo requiera tamaña reflexión. Sí, primero porque es una decisión de vida y luego porque requiere de perseverancia cotidiana. El ejercicio en realidad se llama: “cambia de vida en treinta minutos diarios (para empezar)”. Practíquese con cuidado, porque crea adicción.
La clave aquí no es el tiempo en sí mismo, sino la calidad del esfuerzo requerido. Me atreveré a hacer una cita de The war of art (La guerra del arte), del escritor Steven Pressfield: “Hay un secreto que los verdaderos escritores conocen y los aspirantes a escritores no. El secreto es este: lo difícil no es la escritura. Lo difícil es sentarse a escribir. Lo que nos impide sentarnos es la Resistencia”.
¿Cómo, cuándo, dónde?
Esos treinta minutos forman parte de nuestra guerra del arte particular para derrotar la Resistencia. Cada quien encontrará el lugar y el momento adecuado, pero aún quedan detalles prácticos. Si ya mi día está copado, si ya tengo un “terrible déficit de tiempo”, ¿de dónde saco esa media hora de concentración pura y dura?
Quisiera tener una respuesta fácil, decir que la intención es lo que cuenta, o que dejes de ver tu serie de televisión favorita, o que salgas un poco de las redes sociales o que te vayas a la cama más tarde, pero ninguna de esas estrategias ha dado resultado a la larga. Solo ya grandes escritores casados con su obra, como Alejo Carpentier, han podido escribir de noche, después de sus jornadas de trabajo. El resto de los mortales ha tenido que tomar una medida radical: levantarse más temprano.
Esta medida es efectiva por al menos dos razones: primero, porque te muestras a ti mismo y a tus allegados que lo tuyo con la escritura va en serio; luego, porque a esa hora temprana estás más despejado y hay menos distracciones. Además, estás obligado a escribir. Sería absurdo levantarse más temprano para algo y no hacerlo.
Hay muchos consejos prácticos para levantarte más temprano. Cada uno adoptará los que mejor se ajusten a su temperamento. De mi parte, me atrevería a sugerir una pequeña rutina de preparación: la noche anterior planifica tu tarea de escritura, organiza tu lugar de trabajo de forma que no tengas ninguna excusa para perder tiempo en la mañana y salta de la cama con ganas de encarar tu día.
Siéntate y cumple tu media hora de compromiso contigo mismo. A medida que vayas afianzándote, seguro encontrarás tiempo adicional. Por lo pronto, para comenzar saldrás de casa con la sensación de que ya has tenido tu primer gran logro del día, y por si fuera poco, has dado un paso para hacer realidad un sueño.
Por Fanny Díaz