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Cómo escribir un trabajo de grado en tres meses

Homenaje al profesor Ezra Heymann (1928-2014)

Crecí en una familia en la que estudiar –y especialmente aprender– era un valor y un destino, del que pocos en la tribu se habían querido o podido liberar. Así fue como desde niña tuve claro que terminaría mis estudios obligatorios y luego iría a la universidad. Escogí la carrera que me pareció más adecuada sin que nadie pusiera trabas.

Hasta ahí todo iba bien. Hice mi carrera en los años reglamentarios, pero mis múltiples intereses –para no llamarlo dispersión– me impidieron terminar el trabajo final para graduarme de licenciada en filosofía en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Año tras año me prometía que lo lograría y al final volvía a fallar. El año en que comencé a despertarme de madrugada con pesadillas en las que recorría la ciudad en busca de una tesis de grado, decidí terminar de una vez por todas.

Mi primera tarea fue encontrar un tutor. Había demasiados alumnos sin graduarse y los tutores estaban copados. Había también algunos tutores severos de los que los remolones huían como de la peste. Uno de ellos era el Dr. Ezra Heymann, profesor emérito, que aunque jubilado todavía tenía algunas clases y aceptaba tutorear a rezagados que siguieran su método para terminar una tesis en tres meses.

Una mañana me presenté a la dirección para pedir una cita con el profesor Heymann, como todos lo llamaban. En aquella época, no sé si algo ha cambiado, a los estudiantes de pregrado los llamaban “bachilleres”, creo que con más impaciencia que respeto. Todavía recuerdo la pregunta de la secretaria mientras me miraba de reojo: “¿La bachiller quiere una cita con el profesor Heymann?”. El profesor Heymann aceptó recibirme.

Sin proyectos ni grandes objetivos

En nuestro primer encuentro me llamó “señorita Díaz” en lugar de “bachiller Díaz”. Me preguntó si tenía alguna idea de lo que quería trabajar. Sí, quería hacer una lectura de texto del libro De la modernidad, del filósofo catalán Xavier Rubert de Ventós. “¿Por qué le interesa Rubert de Ventós?”, preguntó curioso. Mi respuesta, profunda e intelectual como la que más, fue: “Porque me gustó que usara una camiseta rosada en una conferencia que dio en la facultad”. El profesor Heymann sonrió con benevolencia. Creo que entendió que en verdad lo yo quería decir era: “Porque me gusta un filósofo que lleve puesto un signo de la idea”. En fin…

El profesor Heymann recorrió el libro rápida y sesudamente y dijo: “Hay algunas ideas interesantes en este libro que podemos analizar”. Analizar… qué trance. Y prosiguió a explicarme su método para terminar un trabajo de grado en tres meses y graduarse en seis.

En nuestro primer encuentro traería cinco páginas. No cinco escritas en un día, sino una página escrita cada día. Ni una menos, ni una más. Discutiríamos las cinco páginas, haríamos observaciones, ajustaríamos y a la semana siguiente llevaría cinco páginas nuevas y las cinco anteriores corregidas. Así, en tres meses tendría sesenta páginas. A estas agregaríamos la introducción cuando el resto del texto estuviera corregido –porque la introducción, según él, se escribe siempre al final–, las conclusiones y la bibliografía. Y así ya tendría mi trabajo de grado de setenta páginas.

“Pero setenta páginas es el mínimo”, objeté contrariada. A lo que él respondió calmadamente: “Setenta páginas no es el mínimo, señorita Díaz, es el necesario”.

Y así lo hicimos. Cada semana llevaba diez páginas, las revisábamos, cerrábamos la discusión sobre las cinco de la semana anterior y nos fijábamos una cita para la semana siguiente. Con precisión teutona. En tres meses tuve mis sesenta páginas, en otro mes y medio corregí, agregué las páginas restantes, saqué las copias, encuaderné y entregué la muy retrasada tesis de grado; mes y medio más tarde tuvo lugar la discusión. En seis meses había terminado la pesadilla de la eterna tesista que atravesaba la ciudad prometiéndose que algún día sería licenciada. No recibí una mención de publicación como hubiera querido. Mi trabajo de grado no fue brillante; no por el profesor Ezra Heymann, sino por mí. Todo lo bueno allí fue de él; lo mío fue solo el empeño, que –ahora me doy cuenta– no es poco.

Este método me parece brillante para cualquier proyecto de escritura y es posible que para muchos otros tipos de proyectos. Precisa dos cosas y a la vez las provee: motivación y foco. Con las variaciones adecuadas, lo he usado muchas veces desde entonces.

Donde quiera que esté, gracias por tanto aprendizaje, querido tutor. Y a mi familia, gracias por la paciencia, el entendimiento y los valores.

Fanny Díaz

Sobre el profesor Ezra Heymann

[Wikipedia]

[Una semblanza]

[Una clase en la UCV]

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